sábado, 11 de mayo de 2013

La policía y los guardias

El día que leí a Roque Dalton pensé que sus poemas ya poco tenían que ver con el tiempo y la sociedad en la que me había tocado vivir. Pensé que ya todo era diferente a lo que contaba Dalton, que nosotros, el pueblo, éramos los que decidíamos, que existía la igualdad de oportunidades, que teníamos una constitución cojonuda de la que hacíamos murales en el cole cada mes de diciembre. Pensé que jamás volveríamos a pasar por todo eso de lo que hablaban los poemas de Roque  Dalton porque habíamos nacido en democracia y eso nos libraba de los abusos de poder, de las injusticias sociales, de los corruptos, de los caciques, de las censuras, de las hostias de la policía. Pensé que todo eso formaba parte de otro tiempo y de otro continente.

Todo eso pensaba yo.

Sin embargo, ahora, cuando leo a Roque Dalton ya no pienso lo mismo. 


La policía y los guardias

Siempre vieron al pueblo
como un montón de espaldas que corrían para allá
como un campo para dejar caer con odio los garrotes.

Siempre vieron al pueblo con el ojo de afinar la puntería
y entre el pueblo y el ojo
la mirada de la pistola o la del fusil.

(Un día ellos también fueron pueblo
pero con la excusa del hambre y del desempleo
aceptaron un arma
un garrote y un sueldo mensual
para defender a los hambreados y a los desempleadores)

Siempre vieron al pueblo aguantando
sudando
vociferando
levantando carteles
levantando los puños
y cuando más diciéndoles:
"Chuchos hijos de puta el día les va a llegar."
(Y cada día que pasaba
ellos creían que habían hecho el gran negocio
al traicionar al pueblo del que nacieron:
"El pueblo es un montón de débiles y de pendejos
     -pensaban-
qué bien hicimos al pasarnos del lado de los vivos y de los 
    fuertes.")

Y entonces era de apretar el gatillo
y las balas iban de la orilla de los policías a los guardias
contra la orilla del pueblo
así iban siempre
de allá para acá
y el pueblo caía desangrándose
semana tras semana año tras año
quebrantando de huesos
lloraba por los ojos de las mujeres y los niños
huía espantado
dejaba de ser pueblo para ser tropel en guinda
desaparecía en forma de cada quién que se salvó para su
  casa
y luego nada más
solo que los bomberos lavaban la sangre de las calles.

(Los coroneles los acababan de convencer:
"Eso es muchachos -les decían- 
duro y a la cabeza con los civiles
fuego con el populacho
ustedes también son pilares uniformados de la Nación
sacerdotes de primera fila
en el culto a la bandera el escudo el himno los próceres
la democracia representativa el partido oficial y el mundo
  libre.
cuyos sacrificios no olvidará la gente decente de este país
aunque hoy no les podamos subir el sueldo
como desde luego es nuestro deseo.")
Siempre vieron al pueblo 
crispado en el cuarto de las torturas
colgado
apaleado
fracturado
tumefacto
asfixiado
violado
pinchado con agujas en los oídos y los ojos
electrificado
ahogado en orines y mierda
escupido
arrastrado
echando espumitas de humo sus últimos restos
en el infierno de la cal viva.

(Cuando resultó muerto el décimo Guardia Nacional.
  Muerto por el pueblo
y el quinto cuilo bien despeinado por la guerrilla urbana
los cuilos y los Guardias Nacionales comenzaron a pensar
sobre todo porque los coroneles ya cambiaron de tono
y hoy de cada fracaso le echan la culpa
a "los elementos de tropa tan muelas que tenemos".)

El hecho es que los policías y los Guardias
siempre vieron al pueblo de allá para acá
y las balas solo caminaban de allá para acá.
Que lo piensen mucho
que ellos mismos decidan si es demasiado tarde
para buscar la orilla del pueblo
y disparar desde allí
codo a codo junto a nosotros.

Que lo piensen mucho
pero entre tanto
que no se muestren sorprendidos
ni mucho menos pongan cara de ofendidos
hoy que ya algunas balas
comienzan a llegarles desde este lado
donde sigue estando el mismo pueblo de siempre
sólo que a estas alturas ya viene de pecho
y trae cada vez más fusiles.

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